En los discursos cotidianos sobre finanzas personales y empresariales, la palabra «apalancamiento» puede tener una connotación ambigua, y relativamente negativa para muchas personas. Se la asocia con deuda interminable, pérdida, riesgo, fragilidad. Y no es casual, muchas personas conocen la deuda desde su peor versión, como un peso que limita, agobia y consume el ingreso. Pero hay otra cara de la moneda. Cuando la deuda se transforma en una herramienta al servicio de una visión productiva, cuando no se adquiere para consumir sino para construir, estamos ante algo distinto: el apalancamiento.
El apalancamiento es el uso estratégico del endeudamiento con fines de creación de valor. Desde una perspectiva liberal, que reconoce el rol central del emprendimiento y del capitalismo como sistema de coordinación libre, el apalancamiento no solo es una herramienta legítima, sino una palanca esencial para la creación de riqueza. Apalancarse es, en el fondo, apostar por la propia capacidad de crear valor.
Crear valor en vez de consumirlo
En una economía libre, la riqueza no se transfiere, se crea. El empresario no es un extractivista de recursos ajenos, es un generador neto de soluciones, productos y servicios que otros valoran más que el dinero que entregan a cambio. Esta creación de valor no es un accidente ni un privilegio, es el resultado de identificar una oportunidad, organizar recursos y ejecutar una solución en un entorno de competencia e incertidumbre.
Apalancarse implica que alguien cree lo suficientemente en su idea como para arriesgar recursos ajenos (además de los propios), con la convicción de que el valor que creará será suficiente para cubrir ese riesgo y mucho más. Es una señal de compromiso con el futuro, de confianza en la capacidad propia para resolver problemas del mercado mejor que los demás.
Apalancarse no es endeudarse irresponsablemente
Una confusión común es equiparar apalancamiento con endeudamiento imprudente. Pero no se trata de pedir prestado para consumir, sino para producir. El apalancamiento empresarial busca multiplicar el impacto de una buena idea, financiar activos productivos, contratar talento, llegar antes al mercado. No es un atajo ni una trampa, es una estrategia basada en la generación futura de ingresos derivados de la creación de valor real.
Cuando una empresa se apalanca responsablemente, está proyectando que su visión será validada por el mercado. Si no lo es, perderá. Pero si lo es, la ganancia no solo será privada, también social, porque habrá generado algo que antes no existía, o que era más caro, más lento o de peor calidad.
El sistema capitalista como entorno habilitante
Este tipo de riesgo solo es posible en un sistema de reglas claras, respeto a la propiedad privada y libertad de transacción. El capitalismo, entendido correctamente, es el único sistema que permite a cualquiera que tenga una buena idea y la voluntad de arriesgar, acceder a recursos sin necesitar privilegios o contactos políticos. Los mercados de capital, lejos de ser el enemigo, son el mecanismo que conecta ideas con recursos, proyectos con inversores, visiones con realidades.
Cuando un emprendedor se apalanca, no está pidiendo que le regalen nada. Está diciendo: «Confíen en que puedo generar valor». El sistema le responde: «Si convences a alguien de que eso es probable, adelante». Y ese acuerdo voluntario, sin imposiciones, es lo que hace tan potente al capitalismo, pues permite que el talento, la visión y el trabajo sean recompensados, incluso sin contar con recursos propios iniciales.
Apalancarse es un acto de confianza
Apalancarse, bien entendido, es un acto de confianza en uno mismo y en el sistema que permite convertir ideas en realidades. Es un puente entre el presente sin recursos y el futuro con soluciones. No es una garantía de éxito, pero sí una declaración de intención: «Estoy dispuesto a asumir el riesgo porque creo que puedo crear algo que el mundo necesita».
Por eso, en lugar de demonizar el apalancamiento, debemos entenderlo como lo que es: una herramienta que, en manos de quienes quieren crear valor, permite que personas comunes hagan cosas extraordinarias. En definitiva, apalancarse es apostar por la propia capacidad de transformar el mundo.